No dejo de pensar en qué momento va a entrar en el
cuarto y descargar su enojo en mí, cada vez que pasa por la puerta, arrastrando
ese vestido de mierda, me pongo más nervioso. Veo la sombra por abajo, es lo
único que me asegura por ahora saber que hace, y la escucho, si, susurra cosas
que no llego a escuchar bien, pero conociéndola deben de ser las mismas
estupideces que me decía siempre cuando quería hablar, cosas que nunca aguante
que me dijera, pero la amaba, y también la odiaba con todo mi corazón. No puedo
entender todavía como no se cansa de ir y venir, pasar siempre por la misma
puerta y encima arrastrar el vestido todo el tiempo. La había visto sufrir, la
sentí adentro mio cuando grito, pero eso no significo nada hasta que me agarro
el brazo. Los escalofríos fueron desde la punta de mis pies hasta el último
pelo de mi cabeza.
Sus ojos pedían perdón por todo y no pude de dejar
de verla. Arruinada, triste, la odie por eso.
¿Alguna vez había prometido otra cosa? No que me
acuerde. Pero no había día mientras estuvimos juntos en el que no me repetía
que nunca me iba a dejar, pasara lo que pasara entre nosotros.
Y entonces la escuche volver a decirlo, pero no con
ese amor con el que lo decía cuando estábamos en la cama. Lo dijo con tristeza
y dificultad. Aun cuando lo último que iba a ver ella de mi era como clavaba un
cuchillo en su garganta. Y me arrepentí de hacerlo, porque también la amaba.